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  • Mary Mosquera @MaryMosquera1

Arte, oralidad y realismo mágico

En un mausoleo, en Machobayo, La Guajira, duerme Francisco el Hombre . Foto Mariaruth Mosquera.

Aquella noche, ‘Francisco el Hombre’ iba hacia Riohacha montado en su burro, llevando el acordeón colgado a su espalda, cuando se le vino una melodía a la mente; tomó su instrumento y sin detener la marcha tocó y tarareó la melodía, pero al hacer silencio escuchó otra música muy cerca de él y dijo: “Carajo, ahí viene un músico y ya nos vamo’ a cogé”. Siguió avanzando para encontrar al otro acordeonero, pero no alcanzaba los sonidos que se hacían cada vez más misteriosos y se escuchaban en distintas direcciones: hacia el mar, hacia la sierra, desde el aire, desde atrás. “¡Carajo, este músico no es buen músico!”, se dijo, y ya sintiendo la pesadez del ambiente, le tocó el Credo al derecho, el Padrenuestro, el Avemaría y la oración ‘La Magnífica’, que es potente contra el mal; entonces sintió un remolino el aire que se perdió en la noche oscura con dirección al mar. Un rato después, Francisco herido de pavor y fiebre, llegó a donde unos amigos en Riohacha, donde fue necesario que un sacerdote lo rezara para devolverle la salud y el sosiego.


El relato lo hizo hace poco, sentado en un chinchorro de su casa en Machobayo, José María Duarte, un hombre nonagenario que dice haber conocido a Francisco Antonio Moscote Guerra y haber escuchado de su viva voz la historia de su encuentro con el maligno un 24 de diciembre en un camino cerca a Riohacha. “Yo era un muchachito, nací en el 1927, y él ya era hombre de setenta y pico de años; yo lo conocí viejo”, contó y entregó detalles guardados en su memoria: “Dicen que él cantó el Credo al revés, pero es mentiras; el Credo al revés es una oración maligna”. Contó sobre el apodo de ‘El Hombre’ que le pusieron a Francisco desde cuando era muchacho, una vez que tomó el acordeón de su padre, José del Carmen Moscote, apodado ‘Checame’ (su madre fue Ana Juliana Guerra), mientras este dormitaba y alcanzó a escuchar las notas y preguntó quién estaba tocando. “Es tu hijo quien toca, le dijeron”. “¡Ah, Ese es el hombre!”, respondió Checame y desde ahí comenzaron a llamarlo ‘Francisco el Hombre’.


El encuentro de ‘Francisco Moscote con el diablo es un relato oral legendario que durante casi cien años que ha venido contándose en versiones tan distintas y fantásticas que hay dudan de su real existencia y aseguran que no es más que el resultado de la invención macondiana; una connotación de leyenda que ha dado pie para que se divulgue todo tipo de información sobre él, incluso la que niega su existencia, como se dice en el libro ‘Historia de un pueblo acordeonero’, donde su autor Francisco Rada afirma que el verdadero ‘Francisco el Hombre’ era su papá Francisco ‘Pacho’ Rada.


Las fechas para datar su nacimiento también varían de acuerdo con la versión; entre estas se cuentan la del 13, 14 y 15 de febrero, según escritos de Consuelo Araujonoguera, periodista e investigadora, creadora del Festival de la Leyenda Vallenata; el 9 de marzo, que es el día de Santa Franciscana, según Lázaro Diago Julio; y el 14 de abril, según el escritor Arístides Ospino Márquez, que es la fecha que prevalece en Machobayo.


En algunos relatos lo muestran poseyendo poderes sobrenaturales para la longevidad, como lo inmortalizó el novel de literatura colombiano Gabriel García Márquez en su vallenato de 350 páginas, Cien años de soledad’: “Meses después volvió ‘Francisco El Hombre’, un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, ‘Francisco El Hombre’ relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la ciénaga, de modo que si alguien tenía un recado que mandar o un acontecimiento que divulgar, le pagaba dos centavos para que lo incluyera en su repertorio. Fue así como se enteró Úrsula de la muerte de su madre, por pura casualidad, una noche que escuchaba las canciones con la esperanza de que dijeran algo de su hijo José Arcadio”.


Este fragmento de García Márquez sintetiza la esencia y el quehacer de los primeros juglares del vallenato, su condición de comunicadores trashumantes y la función social que desde el principio ha cumplido este cantar. Él, Gabo, solía contar cómo, siendo muy niño en su natal Aracataca, lo influenció para siempre la experiencia de ver por primera vez un acordeonero: “El hombre empezó a contar una historia y para mí fue una revelación cómo se podían contar historias cantadas, cómo se podía saber de otros mundos y de otra gente a través de una canción. Después descubrí la literatura y me di cuenta de que el procedimiento es el mismo”.


José María Fuarte, testigo infantil' de Francisco el Hombre. Foto Mariaruth Mosquera.

or eso su obra y el cantar vallenato están tejidos con los mismos hilos fascinantes. Su fragmento sobre Francisco el Hombre da cuenta de la alta dosis de realismo mágico que subyace en esta tradición cantada y que le otorga al autor libertades para nutrir con elementos fantásticos una obra basada en hechos reales. Ejemplo de esto es que en 1967 cuando fue publicada la obra ‘Cien años de soledad’, el mítico acordeonero llevaba 14 años de fallecido, a sus 104 abriles, por lo cual en las actuales calendas se rememoran 170 años de su natalicio.


Pero la diversidad de versiones sobre el mítico personaje obedecen en parte a la falta de evidencias que permitan demostrar que en verdad existió, como su registro de bautismo, sobre los cuales el escritor y miembro de la academia de historia de La Guajira Lázaro Diago Julio escribió en su libro ‘Francisco el Hombre: Leyenda y Realidad’: “la partida de bautismo de Francisco Moscote no existe, aunque se sabe de modo puntual que fue bautizado por los días del año 1854 en la que en la que por aquel entonces esa solo una modesta capilla del poblado de Tomarrazón, llamada San Isidro”, y añade que este documento “desapareció en el turbión de las demenciales guerras civiles de la segunda mitad del siglo XIX”; igual suerte habría corrido la cédula, según relata el escritor, la cual habría sido expedida en 1836 en Cotoprix y traspapelada de mano en mano de los familiares tras la muerte del juglar.


El historiador, compositor Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa, autor del libro su libro ‘Cultura Vallenata - Origen, Teoría y Pruebas’, dice: “Francisco, mitificado, se ha hecho aparecer como “padre” del folclor o inventor; necedades que adulteran la verdad y despiertan tanta ambición por aquella figura y nombre que ya más de una persona, con fines a veces simplemente literario, y otras veces con alta dosis de mala intención, se ha dado a la tarea de escribir un libro para demostrar que su padre o abuelo, de diversos apellidos, era le verdadero ‘Francisco el hombre”. Agrega que es urgente para la historia del vallenato definir la verdad sobre Francisco el Hombre, ya que la fantasía y el mito en que hoy está envuelta su vida han hecho mucho daño a la realidad histórica de este folclor.


Vallenato y oralidad


La realidad alterada por hechos fantásticos no se circunscribe al encuentro en cuestión, pues se conocen cuentos legendarios que le atribuyen a los músicos poderes sobrenaturales. De Chiche Guerra se decía que dejaba su acordeón sobre un taburete y nadie podía arrancarlo de ahí para tocarlo; del emblemático cajero Cirino Castilla se decía que era tal su sapiencia que le podía quitar el cuero a la caja, reemplazarlo por un pañuelo y le seguía sonando tan potente se escuchaba cinco leguas. Y así, muchas historias sobre brujería, hechizos y magia. En uno de sus cantos, Rafael Escalona aparece haciendo un proceso de paz con un jerre jerre en un camino del Cesar, y en La Tomita, cerca a Manaure, se siguieron oyendo por las carcajadas y cuentos de personajes que ya no andaban por ahí.


El realismo mágico alrededor del vallenato y en general de la tradición caribeña no es otra cosa que el resultado de la oralidad predominante en esta región, que es estructural dentro del cantar vallenato. El etnolingüista Rito Llerena Villalobos, dice en su libro ‘Memoria Cultural en el Vallenato’: “La leyenda de Francisco el Hombre está encaminada a proporcionar una explicación mítica, de contenido sobrenatural a la afirmación del vallenato como objeto cultural”. Y añade: “en las culturas así orientadas el relato oral en sus formas de mitos o leyendas, los relatos de la vida cotidiana, proverbios, chismes, chistes, anécdotas son las formas de textos mas usuales y de mayor funcionalidad social. La cultura de la región de Valledupar y de la Costa Atlántica rural general también muestra una orientación de la construcción de leyendas etiológicas y de mitos para dar respuestas al origen de fenómenos naturales y culturales como es el caso del vallenato”.


La oralidad ha sido la forma de expresar la vida para los juglares y trovadores, así como los cuentistas y narradores, y en ese contar catando se refleja el capital simbólico acumulado en su incesante trashumancia, a través de los procesos de integración étnica y cultural, de lo recibido de otras etnias y otros territorios y otros saberes y otros sentires.


Para el caso del territorio del vallenato, el compositor y escritor Santander Durán Escalona escribió: “Y en esa tierra ardiente y misteriosa, en donde todos los días la fantasía desborda la realidad, reino de los grandes maestros de la narración oral, la música vallenata - nuestra música- sirvió como medio de expresión de los pueblos para llevar mensajes; para conocerse a pesar de las distancias, las selvas, los ríos y las sabanas; para narrar historias,leyendas, problemas sociales; para cantar al amigo; para enfrentar desafiante a otro juglar o trovador; para reclamar el amor maravilloso y ardiente de una morena sensual; para crear, en fin, sentimientos de identidad integración y respeto por nuestras diferencias étnicas y culturales y tener así la consciencia de ser un solo pueblo y una sola raza Caribe. Para vivir... y para morir”.


Y a toda es magia creativa en el Caribe colombiano, se suma que en aquellos tiempos, “de farolas, historias de muertos vivos y de espantos”, como dice Adrián Villamizar, la densidad de los bosques, las tinieblas de las noches rurales, los cuentos de los mayores en los que el diablo asustaba a los niños malcriados, las historias interétnicas alimentaron la fantasía y la cultura.


Texto publicado en separata especial de El Pilón, el pasado mes de abril.


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