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María Ruth Mosquera @sherowiya

Otra vez, en la intimidad de La Cofradía

A menudo se reúnen en algún lugar del tiempo para seguir queriéndose. Cada episodio se compone de momentos exclusivos para beber el néctar inalterado de su amistad, para dignificar la connotación de la cofradía que son, para vivir el amor en su dimensión sacramental.


No existen las horas ni la distancia cuando tienen sed de eso que los une, los nutre y que les alcanza para vivir. Su leitmotiv es celebrarse uno al otro, sentirse a través de abrazos de esos que dan el privilegio de escuchar el tambor resonando en el otro pecho, experimentar de nuevo ese ‘algo’ que trasciende lo material y los pone por ese espacio en el que quedan fuera del alcance de los tormentos del mundo.


En esta ocasión el motivo es conmemorar la existencia de José Jorge Molina Morales; un abogado bohemio que cumpleaños y anhela como regalo reabastecer su oxígeno vital mediante el abrazo de sus amigos, de esa otra familia conectada por lazos que sobrepasan la sangre, que se entienden desde el espíritu. Por eso ellos, sus parientes almáticos, ponen pausa en la vida allá afuera en el mundo, hacen travesías cortas o largas y entran a su recinto sagrado de bohemia y de poesía.


Que han cambiado las parrandas. Que ahora son tecnificadas. Que la ropa es distinta y... que “ojalá nunca cambie el cariño, el espíritu que nos mueve cuando tenemos la necesidad de homenajear a alguien tan querido por todos como José Jorge”, dice Adrián Villamizar ‘El Ángel Bohemio’ como preámbulo a la entonación una canción dedicada al cumplimentado: “Soy solamente uno de tantos embajadores de este sueño, los que con acordeón al pecho inventan el amor cantando...” y así va cantando y contando fragmentos del viaje de sus días que ha ido registrando en su bitácora lírica y existencial porque “cantar no es una forma de decir las cosas. Es una manera de entender la vida. Una canción redime todas las penas que llevas dentro. Cada vez que una tristeza arruga nuestro corazón, sale un canto redentor...” y que por eso vive cantando y es que “ando con mi cofradía y estos manes viven de emociones”.

¡Exacto! Ellos viven de emociones y para sentir esa vida recorriéndoles las entrañas, reacomodan sus itinerarios laborales y familiares. Que es genial que José Jorge cumpla años porque “ya el celebración lleva tres días y se entenderá por tres días más”. Que llegó desde Bogotá, que trajo encima una intensa gripa, pero que no importa, porque “para nosotros el cumpleaños de Jose, así sin tilde, es tan grande que lo celebramos con el tres días antes y tres días después”, dice Jacinto Leonardi Vega, antes de ofrecer su recital sentido, haciendo estaciones en los momentos que fecundaron su poesía, exaltando - como siempre- a los que fueron antes de él, a los que le heredaron ese arte poético y libertador.


Mientras tanto Jose abraza a alguien, recibe un trago, ofrece otro, vuelve a abrazar, echa una ojeada a la ola de mensajes en su móvil sin alcanzar a leer ninguno, tararea canciones que sus amigos interpretan en su honor, se sienta con el corazón blanditico por la emotividad del momento...


Y Curry Carrascal, quien ha estado tan extasiado como el mismo Jose, acompañando aquí con la guitarra, tarareando allá un coro desde su silla, nutriéndose con el cariño de todos, entra en la escena: “Primo, vine porque usted da eso.. Yo nunca celebro mis cumpleaños, pero estoy seguro que si fuera una fecha especial para mí, usted estaría ahí... y tú te mereces todo, Jose; tu tienes el alma mansa, buena, noble; tienes la terquedad de los Molina. Yo también soy terco, pero nunca he terqueao contigo”. Y luego canta fragmentos de sus vivencias más íntimas, como aquella vez que se vio en medio del mar, “pidiendo un salvavidas que venga a buscar a un hombre que se muere sin tener razón, que su único pecado fue brindar amor, que su único tesoro fue su corazón”.


Son estos encuentros homenajes a la vida, al amor, al amigo, a lo tiempos, las circunstancias, a la gente que se quiere. Y en estos tributos se encuentran los cofrades, pues se identifican y apropian de esos sentimientos que son a ellos un lugar común. Por eso cuando Curry Carrascal entona el homenaje a su padre llama a Michelo Márceles para que lo continúe, conscientes ambos de lo idéntico de su sentir, de esa magia que tienen el cantar vallenato para traducir sentimientos colectivos. Entonces Michelo Márceles, con su voz terapéutica, canta, mientras va narrando crónicas de hechos trascendentales, como la de un presidente que en medio de una fiesta vallenata en el palacio presidencial, le obsequió su amuleto, la garra de la primera águila que mató, a un cantor de provincia; que éste se la trajo para Valledupar y que el presidente quedó desprotegido. Y recorrió con su canto tradiciones sanjuaneras, episodios de personajes y vivencias que a todos ahí les cambió la forma de apreciar esas obras musicales.


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En el epílogo de la parranda, después de esa diálisis espiritual, Jose vuelve a agradecerles porque “pasar una noche tan amena es incomparable”. Agradece uno a uno a sus cofrades, venidos de San Juan Nepomuceno, Barranquilla, Riohacha, San Juan del Cesar, Bucaramanga, Bogotá, Santa Marta, Patillal... “Que ustedes hayan venido hasta acá para celebrar mis cuarenta años, no saben la gratitud que les profeso por eso; que estemos aquí haciéndole un rito a la amistad, porque esa es la parranda, la esencia de la parranda”. Echa algunos de sus muchos cuentos y se anima a cantar algo que le estremece las fibras: “Si en el alma de un poeta no existe el rencor. Si es de noble sentimiento, no existe el olvido. Mientras sueñes con invierno, no muere la flor que da el perfume agradable a todo tu camino” (Ojos de luna - Javier Rodríguez).


“¿Cómo te sientes Jose?”, le pregunta alguien en el abrazo final. “Uff...”, suspira, sin que sea necesario que diga nada. Es evidente que el ritual ha cumplido su esencia transformadora y que todos los allí presentes han mudado algo en su interior como efecto inevitable de estas ‘terapias grupales’. En un rato estarán llamándose para dar las gracias de nuevo, compartiendo registros con el mundo, contándole al mundo que en estos tiempos de devastación humana sí es posible salvar la vida a través del amor sincero; estarán, seguramente, contando nuevos cuentos sobre la cava temática de Alma Parrandera, el ron blanco sublimado con agua de coco de Michelo y Gloria, las trece armónicas de Adrián, el piano incansable de Raúl Jiménez, la guitarra sentida de José Rodolfo González, el acordeón majestuoso de Carlos Olivera... Estarán agradecidos por lo mucho que han logrado sumar a su capital simbólico, porque han podido sentir en carne propia la esencia tangible de una bendición.

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